Mientras el Maestro Divino toma a su esclavo, Mark, de su jaula, el chico sabe que es tanto un deber como un privilegio. Mark se arrastra sobre los cuatro como un cachorro obediente, encontrando a su maestro entre sus piernas en el borde de la cama como si estuviera esperando un regalo. Divino le da su ropa mientras se desorienta, mirándolo como los ojos de Marcos se fijan en él.
Tan pronto como él tiene sus pantalones abiertos y su ropa interior expuesta, el Maestro Divino trae la cabeza de su esclavo para acercarse a su polla. Las férulas nasales de Mark brillan mientras toman un profundo olor de su almizcle, dejando que sus feromonas llenan su cabeza. El Maestro Divino puede ver los ojos de sus hijos rodar hacia la parte posterior de su cabeza por un segundo, indultando en la fragancia familiar de su hombría. Su esclavo está en éxtasis. Un cielo personal. Todo lo que ha querido era estar entre las piernas del tío. Ahora, como mi propiedad, no tiene otro lugar.
Divino se levanta para darle una mejor mirada. Su polla cuelga entre sus muslos, oculto por su ropa interior, pero sin embargo masivo. El aliento y los labios de Mark lo acarician a través del algodón blando, haciendo prácticamente imposible contener. El Maestro Divino puede verlo temblando, deseando verlo.
Estar tan cerca y hasta ahora es la verdadera prisión para él. No la jaula o cadenas o restricciones. El Niño Marcos no quiere más que ser carne en carne con su amo. Y cuanto más Divino retiene, más desesperada se vuelve Marcos. Para el maestro, no hay nada como ver a su sobrino en celo, rogando por su polla, anhelando tener su propósito cumplido...